martes, 28 de agosto de 2012

El actor sobre el escenario III




La comunicación entre el artista y su público.


"Pero Josefina es la excepción: ama la música y también sabe
comunicarla: es única, y cuando nos deje desaparecerá la música
de nuestra vida, quién sabe hasta cuándo."



Josefina la Cantora. Franz Kafka



Son varios los cuentos de Kafka donde se analiza la figura del arista; "Josefina la cantora", "La construcción" o "El artista del hambre", son los utilizados para este estudio.
Pero es en este primer cuento de Josefina donde se trata de manera especial el vínculo de relación entre el artista y su público.

Josefina canta. Pero su canto no es más que un chillido, un chillido que todo el pueblo es capaz de emitir, y un pueblo además incapaz de apreciar la música o el canto. El pueblo no comprende a Josefina, o si finge comprenderla, ella se apresura a dejar claro que no es así.

Y sin embargo cuando Josefina canta, el pueblo acude masivamente a oírla, la respetan por su canto e incluso la adoran, la buscan, la escuchan. A pesar de que no la comprenden, a pesar de admitir interiormente que Josefina no hace nada particularmente especial, ellos sienten algo con su canto.
Existe pues una comunicación entre Josefina y el público más allá de los simples medios utilizados. En un momento dado Josefina canta y el pueblo escucha, aunque no entiendan, pero sienten. Josefina emite y el pública refleja esa emisión como un espejo.

Esta comunicación imprescindible entre el artista y su público, se basa generalmente en dos conceptos;
la identificación y el juicio.

En la identificación esta el reflejo de la condición humana por medio del personaje representado, y esta identificación puede ser de manera completa o parcial, es decir, el espectador se identifica con el personaje en sí o con una situación o sentimiento en particular.
El carácter del personaje, su voz, su cuerpo, su situación, sus actos, sus dudas, sus miedos... cualquiera de sus detalles puede despertar en el público un reflejo de sus propias similitudes con la escena, haciendo que diversos pensamientos acudan a la mente del espectador; "Esto me ha ocurrido a mi", "Esto también lo temo yo", "¿Que haría yo en su lugar?"... etc. De esta manera si el personaje sufre, el espectador sufre. Si el personaje duda, el espectador duda. Si el personaje siente ira, el espectador también, y así sucesivamente.

Es por tanto mediante la identificación que podemos conseguir una comunicación frente al público más directa y clara. Abrimos una vía de comunicación en la que el espectador simplemente siente lo mismo que el personaje.


¿Pero que ocurre si lo que queremos es algo mas complejo?, ir algo más allá de la mera transmisión de sentimientos, provocar una respuesta emocional única, impredecible y particular a cada espectador.


Entramos de esta manera en el terreno del juicio. Un actor nunca juzgará a su personaje, el público lo hará por él.
El personaje se define en si mismo como una criatura con sus objetivos establecidos, sus deseos, sus miedos, su moralidad, sus ideas... todo al servicio de lo que representa como personaje. Por contra, el público, se trata de seres humanos reales, cuya relación con otros seres humanos es real y trae consecuencias.

En este aspecto no debemos olvidar señalar lo peculiar que es el teatro. Un escenario es un lugar maravilloso al servicio de la fantasía. Un espacio virtual controlado, cuyas directrices están pactadas y sus consecuencias no son reales y se esfuman al terminar la obra.

Sobre este planteamiento, ¿Que situaciones queremos llevar a la escena?. ¿El amor?, ¿la muerte?, ¿los celos?, ¿la ira?, ¿la traición?, ¿la manipulación?... cualquiera de estas situaciones llevadas a escena carece de consecuencias reales en la sociedad. Y sin embargo el público las sentirá como tales. En su vulnerable posición de espectador pasivo, el público es enfrentado a emociones y sentimientos que removerán sus ideas y sus bases de moralidad, provocando una respuesta emocional involuntaria.
Pasamos de la mera identificación a juzgar dentro de nuestras expectativas sociales lo que esta ocurriendo en el escenario.



Llegados a este punto, si la sociedad actual no tiene reparos en juzgar o defender hasta la saciedad a sus propios congéneres reales, ¿Qué no seremos capaces de adjudicar a personajes ficticios que ni sienten ni padecen?.
Y si durante el avance de la escena nuestro punto de vista cambia, ¿Hasta que punto podremos arrepentirnos por haberlos fustigado?.

La escena teatral se convierte en un experimento social que permite al público investigar sus propios sentimientos y emociones sin consecuencias reales sobre su vida diaria.


Como conclusión se puede decir que en el proceso de comunicación artística entre el actor y su público, la identificación "conmueve", mientras que el juicio "remueve". Utilizar estas herramientas como foco de atención para provocar una respuesta concreta en el espectador queda en manos del artista.





El foco de atención. 
Marilú Casas

martes, 14 de agosto de 2012

El actor sobre el escenario II




· El artista y las emociones.


"Si se me pidiera que definiera en pocas palabras el término
arte, lo llamaría la reproducción de lo que los sentidos perciben en
la naturaleza a través del velo del alma"


Edgar Allan Poe


Normalmente llamamos arte al proceso mediante el cual los seres humanos expresamos ideas, emociones o sentimientos en general, y una visión del mundo que nos rodea a través de recursos plásticos, lingüísticos, sonoros, escénicos, multimedia... etc.
Entendemos entonces que para que se pueda dar el arte son precisos tres elementos; primero de todo un artista, (o varios) dispuesto a compartir o comunicar una experiencia emocional concreta a un segundo elemento; un público, mediante un canal o medio de comunicación establecido entre ambos, el cual sería el tercer elemento de nuestra ecuación artística; es decir, la obra de arte.

Encontramos estos elementos más o menos presentes en toda experiencia artística, desde el pintor que transmite al resto del mundo mediante sus pinturas, el músico o cantante que se comunica con sus oyentes mediante la música, el poeta y el escritor que plasman sus ideas mediante palabras dirigidas a sus lectores... etc. En el caso del teatro los elementos están claramente definidos entre el actor, su publico y la obra teatral que los pone en contacto.

¿Por que es más importante en el caso teatral la existencia de estos tres elementos?. Mientras que un cuadro, una canción, un libro pueden existir en sí mismos sin ser continuamente interpretados, la obra teatral como experiencia artística sólo se da en el momento de la actuación.

Llegados a este punto tenemos que hacer dos aclaraciones que pueden llevar a equivoco. Primero, podríamos entender que el libreto escrito por parte del dramaturgo supone en sí mismo una obra artística terminada. Pero no olvidemos que esa es una idea actual, propia de la reivindicación de los derechos de autor, ya que históricamente el autor se desprendía de su obra en el momento en que era vendida, y luego ésta solía ser fruto de numerosas modificaciones, a tenor de las necesidades o los caprichos de los actores y las circunstancias. Se plantea entonces el texto dramático como una herramienta más del trabajo actoral, maravillosa y respetable sí, pero unas meras directrices en el proceso creador.

En segundo lugar, es preciso señalar el carácter único e irrepetible de la experiencia teatral.
En una época como la nuestra donde todo se copia, duplica y almacena, cada representación teatral es una experiencia única para cada espectador y en cada función. La obra nunca será la misma, incluso en las representaciones más meticulosas y medidas, siempre habrá algo distinto, algo que la diferencie de la anterior, un momento en directo que no volverá a repetirse.
No deja de ser curioso como en esta sociedad bombardeada de estímulos multimedia y de experiencias estéticas clónicas y prefabricadas, el público parece volver poco a poco a la experiencia del directo, del instante saboreado que sólo puede almacenarse en la memoria personal.


Frente a esta situación en la que se encuentra el actor, de necesidad de creación continua, me remito a un ejercicio sencillo presente en la mayoría de los talleres de teatro en los que he participado:

Reunidos todos los alumnos en un ambiente calmado, se les enfrenta a una duda concreta sobre el arte actoral; 

"¿Cual es la principal herramienta del actor?"

Las primeras reacciones suelen ser rápidas. Quien más quien menos, cada uno de los asistentes acude a las clases de teatro con el objetivo de mejorar o iniciarse en una parte concreta de su actuación, algo en lo que ya se ha parado a pensar, de modo que se suceden muchas respuestas variadas; "el cuerpo", "la voz", "el texto", "el personaje", "el movimiento"...
Ante la negativa, las respuestas van disminuyendo hasta que una mano dudosa (a veces ninguna), se alza y dice: ... "¿Las emociones?".

Son efectivamente las emociones la principal herramienta del actor, y en realidad la de cualquier artista. 

El actor no es más que un ser emocional, que se apoya en diferentes recursos (cuerpo, voz, texto, caracterización...) para hacer llegar esas emociones al espectador y provocar en él una respuesta a veces inesperada.

Sin emociones, cualquier experiencia teatral resultaría vacía e inútil. Por mucho que estuviera rodeada de toda la parafernalia escénica imaginable, si los actores no están transmitiendo una carga emocional aunque sea mínima, la representación no tendría más valor artístico que un vulgar adorno prefabricado. Más o menos bonito visualmente, pero irrelevante.



El foco de atención
Marilú Casas

martes, 17 de abril de 2012

Esta es la historia de un pueblo...





Esta es la historia de un pueblo con el sol en la piel y el agua en las venas. Un pueblo con talento en sus manos e ingenio en sus mentes. Con envidia en sus corazones y errores a sus espaldas. 
Un pueblo cuyo rey mata, cuyo príncipe roba, cuyos líderes mienten, y cuyos ciudadanos aguantan.
Esta es la historia de un pueblo que lo atesora todo, y no recuerda nada.


Esta es la historia de un pueblo cuya gente habla, pero no escucha... lee, pero no piensa, y mira sin ver nada. Un pueblo cuyo valor se extingue, mientras vuelve la mirada.
Porque también en este pueblo abotargado y absurdo; los que escuchan, niegan... los que miran, callan... y los que piensan... no hacen nada.
Esta es la historia de un pueblo que muere, sin sentir la puñalada.


Esta es la historia de un pueblo cuyos mares son abiertos. Sus verdes y ricas montañas, fuertes y limpios sus vientos, y sus praderas... anchas. 
Un pueblo al que le besa la nieve en Invierno, le abraza el sol en verano, y le acaricia la lluvia el resto del año.
Esta es la historia de un pueblo que no valora nada.


Esta es la historia de un pueblo que cree todo lo que lee, por el hecho de estar escrito... que asume todo lo que se emite, por el hecho de ser emitido... y que aquello que tiene delante prefiere negarlo que admitirlo. 
Un pueblo que jamás cambia de opinión, sino que nace con ella formada, y ni se plantea ser cuestionada.
Esta es la historia de un pueblo que se queja de todo y no cambia nada.


Esta es la historia de un pueblo donde unos quieren ser muchos, otros quieren ser pocos, algunos quieren ser uno... y los que sobran se lo llevan todo. 
Un pueblo que prefiere seguir pasos ajenos a abrir sendas propias, que castiga a sus héroes y perdona a sus verdugos, que prefiere mil fronteras a compartir una bandera.
Esta es la historia de un pueblo que abrillanta sus cadenas.


Esta es la historia de un pueblo donde todos hablan de todo, pero nadie sabe de nada. Que decidió tirar el futuro, de sus hijos, por la ventana... y con ello el de sus padres.
Un pueblo que un buen día, pudiendo tenerlo todo, prefirió no perder nada.


Esta es la historia de un pueblo que podría ser historia sin que nadie lo evitara.
Sin que nadie lo intentara.
Sin que nadie se enterara.











Autor
Marilú Casas

domingo, 25 de marzo de 2012

Dia mundial del teatro





El 27 de marzo es el dia mundial del teatro. Dentro de la costumbre que hemos ido adquiriendo en nuestra sociedad de adjudicar un día mundial específico a todo lo adjudicable; el día 27 de marzo celebramos que un puñado de soñadores paramos el tiempo sobre el escenario para dar vida por un momento a la imaginación de la mente humana... pero eso es otra historia.

El caso es que con motivo de ese día mundial del teatro que se celebrará el martes, he decidido publicar un post reivindicativo más que conmemorativo, ya que conmemorar el teatro a mí me llevaría bastante más que un post.
Sin embargo, esta decisión viene relacionada en parte con la lectura del siguiente post en el blog Casiopea, en el cual se relata el típico caso de conflicto de intereses sobre propiedad intelectual entre un autor y una “entidad” más grande. 
Y digo típico porque a eso hemos llegado, a que como autor “menor” tengas que sufrir atropellos y desmanes de gente que nada tiene que ver con tu obra. Es por eso que el caso que voy a contaros he decidido definirlo así:


“Mi pequeño encontronazo con la SGAE”



Corría diciembre de 2010... no, debo ir algo más atrás. Al año 2007, cuando durante mis estudios en la escuela de teatro “Arte 4” de madrid decidí utilizar experiencias durante los ensayos para escribir mi primera obra de teatro. Esa obra la titulé “La virtud de la hipocresía”.
Años después, ya de vuelta en Asturias, me encontraba estudiando segundo de producción de audiovisuales cuando decidimos comenzar un proyecto de espectáculo teatral, y a fin de sortear problemas de propiedad intelectual (inocentes de nosotros), ofrecí mi obra la cual tenía registrada bajo licencia Creative Commons a través de “Safe Creative”.

Llegados a este punto quiero especificar varias cosas:

· La representación que se llevó a cabo formaba parte del concurso realizado por el ayuntamiento de Langreo llamado “Art Nalón Escena”, en el cual participaron otras cuatro compañías en las mismas condiciones que nosotros, es decir, estudiantes menores de 30 años.

· Nadie cobró nada por la representación, empezando por mi. Mi cesión de los derechos de la obra fue premeditada y con mucha ilusión, solo a cambio de verla representada.
Tanto los once alumnos que estabamos en producción, como los diez actores (alumnos de teatro, también), como los profesores del CISLAN de la Felguera, como las empresas que nos ayudaron en el proyecto...etc... ninguno cobró nada. 
Todo el mundo trabajó, y bastante, por mera ilusión y aprendizaje. A esto hay que añadir que la entrada a la representación era gratuita, de modo que tampoco el teatro tuvo ingresos derivados de “La virtud”.

· Nunca he tenido trato alguno (ni espero tener), con la SGAE sobre mi o sobre mis obras. Es decir, ni “La virtud” ni ninguna de mis obras ha estado jamás en los registros de la SGAE, ni yo misma he sido jamás socia.   

La representación se llevó a cabo en marzo de 2010 resultando una experiencia maravillosa, dificilmente de igualar en mi vida. Y gracias, aunque resulte manido, al maravilloso equipo que la llevó a cabo. Desde el primero al último de ellos.



Fotografía realizada por el fotógrafo asturiano Riki Andrés 



Pero ahora viene el disgusto. Porque estando yo más felíz que una perdiz en mi casa, allá por diciembre de 2010, me llaman desde la escuela de producción para comentarme que hay un problema con los derechos de mi obra y que me tengo que poner en contacto con la organización del concurso.

Ojiplática perdida, decido llamar a ver que pasa y me encuentro con esta situación; en las oficinas del ayuntamiento tenían una factura de la SGAE (con mi nombre en ella, que tengo una copia en casa), a raíz de los derechos de representación de “La virtud” y por valor de doscientos euros mas IVA. Si señores, una facturita de la SGAE, con su numero de factura, su CIF, mi nombre, el nombre de mi obra... vamos un documento en toda regla que exigía doscientos euros a cambio de unos derechos que yo había cedido libremente con la mejor de mis intenciones.

La primera pregunta que te viene a la mente es clara; ¿a razón de qué viene la SGAE a cobrar nada por lo mio? ¿y más cuando yo no quiero que se cobre nada?
Tras una larga charla con la responsable de la gestion del certamen (cuyo nombre no diré aquí, pero que francamente, tiene el cielo ganado), descubro que no soy la única. Resulta que el comercial de la SGAE de turno se dedica a enviar facturas todos los años por todas las obras del certamen. Y cuando digo todas me refiero, a las obras de teatro, los cortos... o cualquier cosa emitida durante el concurso Art Nalón, que volveré a destacar; ES PARA JÓVENES Y ESTUDIANTES. De manera que la organización debe dedicarse todos los años a contactar a todos los autores de las obras presentadas con el fin de no pagar ni una factura de más de las legítimas.  

Traducción: ellos se dedican a tirar la red en general a ver lo que pescan.
En el caso de que no me hubiesen contactado y hubiesen pagado la factura como se hace con otras representaciones no puedo dejar de preguntarme a dónde habría ido ese dinero cuya reclamación yo ignoraba... pero en fin.
Como soy de prendido fácil y combustión rápida, hice lo siguiente; tras pedir que me enviaran una copia de esa factura, solicité el nombre y los datos concretos de la comercial que la había emitido y esa misma mañana, con la sangre aún en ebullición hablé con ella.

Pasaré por alto la conversación que tuve por teléfono con dicha comercial, ya que además de ser infructuosa y absurda, es más bien propia de un capitulo de “Las aventuras de Marilú, la borde”. El caso es que procuré dejar bien aclarado a la organización del certamen que mi obra era mía, que la SGAE no tenía nada que hacer ni cobrar por ella, y que básicamente yo hago con mi propiedad intelectual lo que me place. 

Pues no fue suficiente señores. Unos meses después, en Marzo de 2011, creo. Se pusieron de nuevo en contacto conmigo desde el ayuntamiento para pedirme que por favor les enviára un escrito con mis datos y firma, declarándome autora de la obra y manifestando mi cesión de derechos de forma gratuita, con el fin de que la SGAE dejara de reclamar esa factura.

Yo... Tuve que hacerlo yo. Tuve que ser yo la que desmostró la autoría y cesión de derechos de mi obra. En cambio la SGAE por emitir una factura de 200 euros no tuvo que presentar nada. Habría bastado con que miraran en su catálogo de autores y obras, al cual por cierto se puede acceder simplemente desde su página web, pero no... me perdonaréis pero... manda huevos.



Autor
Marilú Casas

miércoles, 21 de marzo de 2012

Las aventuras de Marilú, la borde



Hoy en : 
“El comercial letal”



Doce de la mañana. Me encuentro en el salón mentalmente sumergida (y físicamente rodeada), por mis libros y apuntes de Arte Prehistórico a unos niveles de inmersión que ya no se si prenderles fuego o inventarlo, cuando soy cruelmente arrancada de mi agradable concentración...


¡¡¡¡¡¡¡¡TTTRRRRIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIINNNNNNNNGGGGGGGGGG!!!!!!!!!

- Marilú: ¡¡Cagüen rós, que susto!!... digo, Mierda, la puerta...


Me dirijo a abrir la puerta (cosa rara en mi), y me encuentro con un traje muy grande o con un hombrecito muy pequeño, tipo comercial de bolsillo. Y no es que el hombre en sí fuera bajito, es que según mi criterio de estatura, cualquier cosa que esté a la altura de mis ojos es que es pequeña, (lo vas a flipar, criatura; si me pongo de puntillas te miro desde arriba).
El caso es que como abrí la puerta con energía mosqueada, sonó algo así como un ruido de descompresión del aire en el recibidor y lo primero que hizo el hombrecito fue poner cara de susto durante un par de segundos en los que me dio tiempo a pensar si sería mudo... pero no. Se recompuso enseguida y empezó a hablar... vaya si empezó a hablar...


- Comercialito: ¡Hola!, Buenos días. Mira, soy comercial de Potafone que estamos hoy visitando este edificio para asegurarnos de activar las lineas que quedan por activar en esta comunidad para el nuevo “plan-tarifario-mega-ahorro-chachi-guay-con-tele-internet-telefono-y-telepatía incluida” que ha sido aprobado en...

- Marilú: Para, para, billy... ¿tu quién eres?

- Comercialito: eh... yo soy vuestro comercial de Potafone, que estoy haciendo las visitas en esta vuestra comunidad...

- Marilú: No digo qué, digo quién

- Comercialito: jajaja (leñe, viene con risas enlatadas de fábrica), pues mira, me llamo Miguel...

- Marilú: No, digo que quién eres tu para llamar a mi puerta

Momento curioso entonces. Supongo que para el comercialito mi cara dejó de parecerse al signo del dólar y comenzó a tomar una imagen más amenazadora, de hecho pude ver claramente como calculaba de memoria cuantos pasos le separaban de la puerta cortafuegos del descansillo. Supongo que en la formación de comerciales les enseñan a no perder nunca de vista las salidas de emergencia. Bien hecho.

- Comercialito: Vaya, te pillo en mal momento... es que mira, ya hemos hablado con el presidente de la comunidad y …

- Marilú: ¿Con quién?

- Comercialito: eh... con el presidente de la comunidad

- Marilú: lo dudo

- Comercialito: ¿Perdona?

- Marilú: Que lo dudo horrores, pero sigue, sigue, no te cortes...

- Comercialito: eh... pues eso, que ya se aprobó en junta que se va a pasar toda la comunidad a nuestro “plan-tarifario-mega-ahorro-chachi-guay-con-tele-internet-telefono-y-telepatía incluida”, y sólo quedais...

- Marilú: Mentira

- Comercialito: ¿Cómo?

- Marilú: Partiendo del hecho de que la mayoría de los que viven aquí tienen fibra óptica de telecable, y es potencialmente absurdo querer cambiar fibra óptica a linea de datos telefónica... vamos, que sería ir pa’ atras como los cangrejos... aparte de eso; lo que dices es mentira

- Comercialito: Perdona pero...

- Marilú: Las paredes de este edificio son de papel, llevo una hora oyéndote picar a todas las puertas del piso de abajo y como actriz te diré; memorizas bien, pero interpretas mu’ mal...

El comercialito se queda unos segundos algo pálido y leyendo disco duro, es obvio que
no tiene un procedimiento a seguir ante un cliente contestatario... me extraña... los españoles nunca hemos tenido mucha paciencia con los comerciales...

- Marilú: vamos a ver, tu lo que quieres es venderme Potafone, ¿no?

- Comercialito: (ve una piedra a la que agarrarse y se le enciende una chispita en los ojos) Ya... es que... te va salir más barato, mira, si me das una factura que tengas por ahí... (el muy inconsciente extiende con seguridad un dedo señalando hacia los cajones de mi aparador, lo que me hace parpadear no una, si no dos veces)

- Marilú: no tengo facturas, no me gustan (escudos de hielo activados)


El comercialito retira el dedo y da un paso atrás, no se si porque he sido brusca o porque se percata de que esta señalando hacia una espada Gladius de medio metro que tengo de adorno sobre el aparador. Entonces oímos un ruido; por la puerta cortafuegos entra mi vecina de al lado. Una señora majísima y muy agradable pero inquitantemente omnipresente. Es decir, ella está... esta al otro lado de la pared y esta al otro lado de la puerta... si salgo o si entro siempre está, ella está... supongo que todos tenemos una. 

Poco a poco una se va acostumbrando a ello como se acostumbra a no pegarse en la cabeza con el extintor del pasillo.


- Vecinica con bolsa: ¡Hombre! ¿qué tal?

- Marilú agradable y con sonrisa : Buenos días, muy bien ¿y usted?

- Vecinica con bolsa: ¿qué?  ¿vendiendo algo?

Veo con horror como el comercialito se dispone a huir de mi y de paso cambiar de presa comercial. 

Ah no, eso si que no, es una señora inquietantemente omnipresente pero es mi vecina. Soy una criatura territorial.

- Marilu: Testigo de Jehová. (le digo a mi vecina) Vende fé. Fé en lo barato.

- Comercialito: jajaja (si que son risas de lata, si...) Bueno, veo que hoy no te interesa, perdona haberte molestado, ¿eh?. Ya vuelvo otro día si eso...

- Marilú: Tu mismo, hermoso.

El comercialito se da la vuelta dentro de su traje dos tallas más grande y segundos después oigo el ruido del ascensor... Cómo corre el jodío.
Sopeso la idea de ladrar como un perro, pero como ya no puedo verle asustarse, no tiene gracia, así que me despido de mi vecina y cierro la puerta.


Silencio.
Ruido de llaves al otro lado de la pared.
Mi vecina esta ahí.
Sé que se esta riendo del comercialito... sé que probablemente también se está riendo de mí... me da igual, es mi vecinica omnipresente.


Moraleja: nunca llames a una puerta, "Billy el rápido", si no corres a la velocidad que disparas.



Autor
Marilú Casas

domingo, 4 de marzo de 2012

El actor sobre el escenario



"El ejemplo de la nariz de payaso"


La pregunta planteada es: ¿El actor siente miedo o vergüenza sobre el escenario?

Situémonos en un teatro repleto de público, con un escenario vacío en espera de la acción. Al escenario sube un actor cuya única distinción es que lleva una redonda y roja nariz de payaso.

La reacción básica que cabría esperar por parte del público es la risa; la imagen del actor con nariz de payaso es algo grotesco, inusual, una distinción cómica que expone al actor al juicio por parte del público y a la burla general. Lo normal sería que el actor "payaseado" se sienta por tanto expuesto y juzgado, y que cometiera el error escénico de sentir vergüenza.

Pero avancemos en la acción, por que ¿que ocurriría si el actor, bajara del escenario, atravesase la cuarta pared, y quitándose la nariz de payaso se la colocara a alguien de entre el público?. La situación en principio sigue siendo la misma; una persona con nariz de payaso es juzgada visualmente por el resto de la concurrencia provocando burla e hilaridad general.



La Marilú con nariz de payaso



¿Pero es la misma situación realmente?, mientras el actor que ha bajado del escenario ha decidido, más o menos voluntariamente, colocarse la nariz de payaso al inicio del espectáculo, nuestro sorprendido espectador no ha tenido ningún margen de decisión en cuanto a que dicha nariz le fuera colocada, ésta decisión ha sito tomada únicamente por el actor.

Este es un momento clave en nuestra situación imaginaria, ya que desde el momento en el que el actor decide "actuar" sobre la nariz de payaso, ninguno de los espectadores volverá a sentirse relajado e inactivo, ya que saben que en cualquier momento les puede tocar a ellos llevar la nariz, centrándose en ellos la atención sin que puedan tener al respecto ningún tipo de control. Sigue habiendo risas, por supuesto, pero es una risa nerviosa provocada por el miedo a la exposición propia al ridículo.

Nuestro actor sigue en todo momento teniendo el control de la nariz de payaso, pues aunque no la lleve en la cara, es su dueño circunstancial. Y puede ponérsela o quitársela, a sí mismo o a cualquier espectador que desee. El actor ya no es entonces un ser expuesto juzgado por el público, sino que es ese público y sus emociones el que esta expuesto a los caprichos del actor.

La nariz de payaso, roja y redonda, se convierte en un foco de atención que el público ya nunca perderá de vista, un foco de seducción amenazante que expone las propias emociones y las deja completamente al servicio del artista al que va dirigido.

  








El foco de atención 
Marilú Casas